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Homenaje a Charles Porset: tercera aportación.

Apertura del Homenaje a Charles PORSET (Templo Groussier, Hôtel Cadet, 7/01/2012.)

Palabras de J. C. Porset, hermano de Charles

Señor Consejero de la Orden, representante del Gran Maestro del Gran Oriente de Francia, damas, caballeros, amigos míos,

Decir que lo echo de menos sería poco, y puesto que su memoria es evocada hoy aquí en este Templo histórico, también lo echan de menos, y mucho, colegas, colaboradores y también, lo cual no es poco, la masonería del Gran Oriente de Francia.

No soy el más apto para su elogio : éste parecería necesariamente parcial. Me limitaré por tanto a las generalidades.

Otros se han encargado de hablar aquí, esta mañana, de sus múltiples y constantes compromisos en la inquebrantable búsqueda de la Verdad. No cedió jamás en nada a las sirenas del pensamiento difuso, de la verborrea pomposa : toda su obra da fe de ello.

Las sandeces ilustres y sus pasantes, así como los plagiarios, charlatanes y otros copistas benedictinos, no suscitaban en él sino un desprecio teñido de la indiferencia que merecían. Dejaba el alma y los dioses para los creyentes de todo tipo, y no son pocos, empezando por aquellos que se definen como anarquistas o ateos. Por lo demás, no era, como escribió bellamente Samuel Auguste Tissot en 1775, un adepto de la manustupración, ya fuera ésta intelectual. Tenía buen ojo, el oído fino y el soplo normal. Dejaba pues para otros ese hábito, y se divertía con ello.

Jamás dudó un segundo en forzar los bastiones de las ideas preconcebidas, y se opuso, con argumentos incontestables, a los titulares autoproclamados de la opinión común, ya fuera ésta masónica o histórica: fue siempre adalid de la exactitud puntillosa: acostumbrado a verificar sus fuentes, esperaba las críticas con cierta fruición, porque era sabido que era un luchador temible. Sabía dónde propinar la estocada.

Empezó sus trabajos con Rousseau, los prosiguió con Voltaire y Émilie du Châtelet. Eso lo condujo, como ineluctablemente, hacia la Masonería, que fue, hasta la víspera de su muerte, su gran ocupación. Expiró cuando estaba a punto de concluir su obra magna, con las últimas notas del diccionario prosopográfico de los masones del siglo XVIII, que había acometido junto a Cécile Révauger y decenas de colaboradores escogidos por su particular competencia a propósito de tal o cual personaje.

Se fue antes de afinar su trabajo sobre el cura de Emberménil, muy próximo de los ambientes que manejaban la Escuadra y el Compás.

La próxima publicación del Diccionario dará lugar aquí mismo a un coloquio científico internacional. Cécile os hablará de ello.

Manifiestamente, era una persona extraordinaria, aunque él pretendiera lo contrario. No dejaba a nadie indiferente, ni a partidarios ni a detractores: le importaba bien poco gustar o no. No había previsto vuestra presencia aquí en este día de invierno. Y sin embargo aquí estáis, cada cual con su imagen de lo que él fue, de lo que continúa siendo.

La memoria de los muertos está en el corazón de los vivos.

Os agradezco vuestra amistosa atención.

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