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A propósito de los rituales masónicos – primera parte

Por Michel L. BRODSKY

Desde la más remota antigüedad, cumplen los rituales un papel esencial en nuestras sociedades. Separan en el tiempo y en el espacio los acontecimientos vividos por los hombres, durante y después de la vida. Los rituales definen roles y deberes de los hombres hacia sus semejantes, y acompañan, en todos los terrenos, los más insignificantes gestos de la vida en sociedad, por restringida que sea. Los rituales definen jerarquías y poderes y liberan a los hombres, o los encadenan a servidumbres sociales, culturales, familiares, religiosas y profesionales. Los rituales abren y cierran las puertas y no se les escapa ninguna obligación inventada por las sociedades humanas, a no ser la libertad interior, que no siempre es reconocida por los mismos hombres.

La francmasonería nació a caballo entre los siglos XVII y XVIII en el seno de la sociedad inglesa, recientemente liberada de la tutela de la iglesia de Roma. No obstante, dicha sociedad permanece sumisa a perennes obligaciones económicas, culturales y sociales. Cuando la Duquesa de Buckingham, a mediados del siglo XVIII, escribe que aborrece el Metodismo porque “es algo monstruoso decir que vuestro corazón está tan lleno de pecados como el de cualquier otra chica de la tierra. Son palabras ofensivas y muy insultantes y no son conformes con el alto rango y la buena educación”, está definiendo claramente los límites de la sociedad: aquélla en la que fue admitida en virtud de su nacimiento y matrimonio. Está confirmando que rituales que sancionan su admisión dentro de estos límites son, a sus ojos, no solamente sagrados sino, además, normales. Toda la sociedad inglesa, desde el rey hasta el campesino más pobre que saluda a su señor quitándose el sombrero, practica una forma ritual. Reconoce y acepta el lugar que él y su amo ocupan en la sociedad. Igualmente, cuando el ciudadano libre de la ciudad de Londres, el freeman con derecho a voto, entra en las múltiples Coffee Houses de la ciudad y echa uno o dos peniques en la alcancía para acceder a un local reservado en el que encuentra periódicos que le gusta leer y amigos que comparten su fe, sus prejuicios sociales y culturales, está practicando un ritual de admisión.

Alrededor de 1720, algunos miembros de “logias” se reúnen en una de las numerosas Ale Houses y deciden federar estas logias dispersas a las que pertenecían. Las logias tienen como función esencial la protección de sus miembros contra la miseria y los azares de la enfermedad y la muerte. Sirven también como espacio de convivencia. Los fundadores establecen para este nuevo organismo reglas administrativas, que codificarán más adelante y que definen minuciosamente las relaciones en las logias existentes y futuras. Los fundadores declaran restablecidos los antiguos usos de las reuniones trimestrales de una Gran Logia, que habían caído en desuso. Comprometieron a un digno pastor presbiteriano escocés para que escribiera una historia, supuestamente la de la nueva Gran Logia. Para que sea aceptada por todos, la historia muestra la antigüedad de la Gran Logia, algo indispensable en esa época, y la presenta sobre la base de auténticos textos antiguos, lo que le añade credibilidad. Demuestra que la nueva organización está entroncada con las míticas logias de Francmasones. Los miembros de las logias se supone que disponen de medios de reconocimiento cuyo objeto es evitar que los extraños a la logia puedan desvelar el vínculo secreto que les une. Los fundadores de la Gran Logia adoptan un código de deberes morales que suponen de antiguo origen y haber estado en uso para la regulación de los obreros masones, los que construyeron la ciudad de Londres tras haber edificado las más grandes catedrales. Uno de los fundadores, Georges Payne, es un alto funcionario de Finanzas que redacta un reglamento general para la Gran Logia. Se trata de la codificación de las relaciones entre los francmasones y sus logias y los de estas logias con la Gran Logia. Todo envasado en un documento denominado Libro de las Constituciones , publicado en 1723, en el momento en que la Sociedad de Masones Libres y Aceptados elige e instala a su primer Gran Maestro: el Duque de Montagu. Es el hombre más rico del reino, posee ese poder de patronazgo indispensable en aquella época para conseguir una posición, un empleo o una sinecura en todas las funciones públicas.

¿Y dónde está el ritual que adoptan los Francmasones? La verdad es que no sabemos nada. Cierto que las antiguas logias de Francmasones, las que “hacían” nuevos masones, reciben a sus nuevos miembros en el curso de una ceremonia particular. Esta ceremonia tiene por objeto no solamente admitir al recipiendiario en la logia, sino sobre todo confiarle los secretos de la sociedad. Para impresionarle y hacerle tomar conciencia de la diferencia que hay, desde su recepción, entre los miembros de la logia y los demás hombres extraños a una logia. Por esta razón, los antiguos textos fragmentarios conocidos recogen los tradicionales intentos de asustar al candidato para subrayar bien el cambio de estado que experimenta. Estas recepciones comprenden, igualmente, la transmisión de palabras y signos de reconocimiento propios de los miembros de las logias. Dichas palabras no pueden, en ningún caso, ser reveladas a nadie extraño a la sociedad, son y deben, imperativamente, permanecer secretas. Por esta razón prestan los recipiendiarios un juramento solemne. Siguiendo la costumbre, toman a Dios por testigo y ponen la mano sobre el Volumen de la Ley Sagrada, la Biblia, que es la palabra de Dios transmitida a los hombres.

El primer ritual masónico completo que se conoce data de 1730. Es un librito cuyo texto está redactado en forma de preguntas y respuestas, a la manera de los catecismos religiosos. Se trata del famoso Masonry Dissected (La Masonería examinada, no disecada) de Samuel Prichard, autor desconocido entonces y ahora. Para general sorpresa, contiene no dos grados en francmasonería, Aprendiz Masón y Compañero Masón, sino también un tercer grado, el de Maestro Masón.

Visto lo existente antes de la publicación de Masonry Dissected, nada de particular distingue las recepciones en las logias de francmasones de las que estaban en uso en otras asociaciones obreras de la época o incluso más recientes. El Grado de Maestro Masón descrito por Prichard (a falta de otras fuentes, es obligado concederle el mérito de haber sido su autor) aborda un tema más vasto. Introduce en francmasonería una historia muy particular cuyo héroe es un tal Hiram. Mencionado en el Libro de los Reyes como artesano enviado por Hiram, rey de Tiro, al rey Salomón para hacerle diversos trabajos artísticos durante la construcción del Templo. Lo novedoso es que la leyenda del grado de Maestro Masón transforma a este artesano y hábil obrero y lo convierte en arquitecto del Templo. Promoción bastante honorable para un hábil artesano, notable en el contexto social del siglo XVIII. Además, para ejecutar los trabajos de este Templo consagrado a Dios, se convierte en socio de los reyes Salomón e Hiram de Tiro y comparte con ellos el secreto del nombre sagrado del GADU, nombre que no puede ser pronunciado más que por el Sumo Sacerdote una vea al año, cuando ruega al Señor el perdón de los pecados del pueblo de Israel. De este recibe Hiram el sumo sacerdocio, función real que le hace igual a ambos reyes. Desgraciadamente, las relaciones de Hiram con los obreros del Templo se deterioran, pues mantiene las promociones de los compañeros a la maestría en función de sus méritos. Así, tres malos compañeros le sorprenden en el Templo y, ante su rechazo a revelarles la palabra de Maestro Masón, lo asesinan. Los asesinos ocultan su cuerpo, que es finalmente encontrado y enterrado con todos los honores debidos a su ilustre rango.

Este nuevo rito de admisión que confiere la Maestría es un verdadero ritual iniciático que separa del resto de Francmasones a quienes lo reciben. Este grado y el rito que lo acompaña van a permitir que la francmasonería sirva de sustento a especulaciones filosóficas. Este ritual clave explica cómo la francmasonería, que originariamente sólo existía como forma administrativa, va gradualmente dando nacimiento a explicaciones y especulaciones espirituales. Los tres grados de la francmasonería se convierten en un todo que es la razón de ser de sociedades que inician a sus miembros en una nueva visión de la vida. Los rituales masónicos no consagran solamente las separaciones o los vínculos banales, como matrimonios o decesos. Cumplen una doble función, la unión de los miembros sin distinción de rango social o edad y una apertura espiritual a los misterios de la vida y de la muerte.

El verdadero problema de los ritos masónicos está en que en nuestra sociedad contemporánea la mayoría de los ritos, trátese de los practicados en la vida civil o en la religiosa, son ritos de separación: los exámenes clasifican a los candidatos para juzgar si son aptos o ineptos para continuar los estudios, las competiciones deportivas, que recompensan y separan al amateur del profesional, hasta los sistemas electorales, que separan a los que gobiernan de los ciudadanos que les sufren.

En francmasonería, los pases de grado y el ejercicio de la Maestría unifican y aproximan a los miembros de una logia unos a otros.  La apelación de Hermanos, en uso entre Francmasones, es la expresión externa del vínculo que une a los masones. El acceso a los privilegios intelectuales y espirituales de la Francmasonería está reservado a aquellos que viven un Rito, que lo asimilan y, en el momento oportuno, habiéndolo comprendido, están preparados para transmitirlo a las siguientes generaciones.

Fin de la primera parte.

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